«El embarazo está definido como un estado normal de salud para la mayoría de las mujeres: el de llevar un
embrión desde la concepción hasta el parto. Aunque hasta el último cuarto del siglo XX se ha patologizado con frecuencia por los profesionales médicos, el embarazo no es una enfermedad” (Carol Forgash, 2013)
Los profesionales de la psicología que trabajamos en la consulta con mujeres embarazadas, nos encontramos en ocasiones con el temor a intervenir con determinados enfoques terapéuticos debido a las posibles consecuencias que esta intervención pueda tener para la madre o el bebé en camino, y esto es algo habitual entre los terapeutas EMDR.
Es por ello, que ante el vacío empírico entorno a la idoneidad del uso de esta técnica, realicé una pequeña recopilación de estudios sobre el estado de esta cuestión y aquí os dejo un resumen de las conclusiones obtenidas:
Conclusiones
Partiendo del concepto de Salud Primal de Michel Odent, sabemos de la importancia de la etapa que comprende el embarazo, el parto y el primer año de vida del bebé, periodo de estrecha interrelación entre madre e hijo, que será determinante en el desarrollo bio-psico-social del futuro adulto.
Las vivencias durante la gestación, la forma en que se produce el nacimiento y el vínculo familiar, el apego y el amor parental del primer año de vida, van a tener consecuencias directas en la salud mental de ese niño.
Diversos estudios demuestran que el estado emocional de la madre durante el embarazo tiene mayores efectos a largo plazo en el niño que el estado emocional de esta durante el primer año posterior al nacimiento (aunque estos efectos no son irreversibles siendo los dos primeros años de vida del bebé de vital importancia). Estado emocional que se transmite al feto a través de las hormonas de la madre, y que en el caso de que esta esté sometida a un estado de ansiedad crónico se relaciona con problemas psicopatológicos en niños y adolescentes.
Es por ello que los profesionales de la salud mental que trabajamos con mujeres embarazadas debemos prestar especial atención a su estado emocional, aspecto muy olvidado entre los profesionales (ginecólogos, obstetras, matronas) que atienden a la futura mamá durante la gestación, muy centrados en aspectos médicos y en detectar posibles patologías y complicaciones; y proporcionarles todas las herramientas de las que disponemos para ayudarlas en caso de ser necesario.
En la actividad profesional, vamos a encontrarnos con mujeres embarazadas que acudan a consulta demandando intervención por temas relacionados directamente o no con el embarazo, pero que están condicionando la vivencia de este. Además de todo lo anteriormente mencionado, sabemos que el estrés crónico está relacionado con efectos negativos en el desarrollo prenatal, como inhibición del crecimiento fetal o prematuridad y también en la etapa postnatal.
Uno de los abordajes terapéuticos más potentes con los que contamos para nuestra intervención es el EMDR, aunque plantea muchas dudas a los clínicos sobre su uso en esta etapa de la vida de la mujer, por la falta de investigaciones que avalen su seguridad. Sin embargo, en la práctica diaria muchos son los profesionales que lo utilizan y que obtienen resultados satisfactorios.
De esta falta de acuerdo experimental, surge la necesidad de encontrar cierta conformidad entre los expertos que pueda ayudarnos a establecer unas directrices claras a la hora de decantarnos por el uso de EMDR en cada caso en concreto.
Los expertos coinciden en descartar la intervención con EMDR si:
– Existe diagnóstico de Trastorno Disociativo.
– Hay problemas en el embarazo.
– Hay problemas de abuso de sustancias.
Como terapeuta EMDR confío en el valor de esta técnica, considero de vital importancia sentirse seguro en el manejo de la misma y hacerlo con seguridad para la paciente, adecuar el avance de la intervención a su ritmo, a pesar de que el tiempo del embarazo es limitado, me parece muy interesante la visión de Cloyd de focalizar en los objetivos impregnados de afecto positivo y la instalación de recursos, e intervenir para reducir la ansiedad anticipatoria en el embarazo; si esta última es la demanda o si solo podemos limitarnos a estabilizar, pero sino existen factores de riesgo que condicionen la intervención, considero crucial no tener miedo al trabajo con el trauma, los beneficios del procesamiento van a ser significativamente superiores al manejo del síntoma, tanto para la madre como para el bebé, en el periodo prenatal como postnatal, facilitando tras el nacimiento el establecimiento del vínculo, de la lactancia materna, protegiendo a la diada y el desarrollo de un apego seguro.
Pese a todo lo expuesto aquí, cabe añadir que cada profesional tiene su enfoque personal, por lo que en
definitiva, lo que no debemos perder nunca de vista es nuestro buen juicio clínico, a quien debemos escuchar siempre en última instancia, confiar en los profesionales que somos, en nuestro saber hacer, preparación, formación y experiencia.
“Si el terapeuta está dispuesto a ver el embarazo como una situación normal, es más fácil ejercer un buen juicio clínico” (Carol Forgash, 2013)
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